27.1.08

No comemos vidrio

Ok. Con las perras está todo mal. Las odiamos, son muy trolas, etc, etc. Pero hay algo que aclarar: antes de los treinta (obvio, no soy tonta) preferible ser de las perras y no de las novias.
Veamos: A. Es más divertido, por supuesto. Es incomparable la sensación de salir con tu novio a bailar (puaj) todos los fines de semana (puaj e imposible), al vértigo que implica salir sin red, al levante. Ni punto de comparación. No saber con quién te vas a encontrar, revolear el culastro y ver que pasa alrededor es fantástico.

B. Las caras de las novias son imperdibles. Por supuesto que una buena perra es amiga (já) de sus novios. Una amiga ingeniosa, desprejuiciada y que encima la chupa como nadie. Una amiga que lo entiende de verdad, que no hace reclamos ni pone esa cara de traste y que a las tres de la mañana se quiere ir a dormir.

C. Si sos una perra de ley, podés hacer que la novia por momentos desaparezca del mundo. Ya sé que a la larga, bla, bla, pero antes de los treinta el a la larga bancátelo vos, que yo me conformo con un divertidísimo a la corta.

D. Ser perra alimenta el ego. Sentís ese poder, ese que es más fuerte que una yunta de bueyes. Y la carcajada es transparente, como campanitas, y el baile es importante, el perfume es sensual, ahhhhhh…..

Estaba buenísimo ser una perra. Hay momentos para todo y retirarse a tiempo es un logro inteligente. Pero quién te quita lo bailado, corazón.