11.5.09

Las mujeres sin huevos

Es como el cigarrillo: sabemos que es malísimo, que la gente se muere por su causa, que es maloliente, asqueroso y repugnante. Que nos estropea los dientes, el pelo, la piel, el pensamiento. Pero no podemos dejar de fumar.
Lo mismo nos pasa muchas veces en las relaciones con los hombres. Somos perfectamente conscientes de que debemos tratarlos de determinada manera. ¿Vieron cómo tratan algunas mujeres a sus hombres? Las “macanudas” y “buena onda” nos horrorizamos frente a los desplantes que les hacen a sus muchachos. Admiramos esa capacidad para enojarse de verdad, para pegar un portazo, despreciar un regalo, exigir el cumplimiento de sus caprichos. Sin temores, los enfrentan en público, los combaten, se oponen, desechan el “consenso”.
Sin embargo, hay algo allá dentro de nuestro corazoncito que nos dice que mientras más cagando los tienen, ellos mejor están. Que a ese capricho tonto, muchos lo llaman cojones, ser una “mina con convicciones”, y que eso les produce cierta admiración y respeto que mantiene más viva la llama del amor. Que a veces el consenso no es el camino, que hay que plantar bandera y decir hasta acá llegó mi amor.
Pero no nos sale. Y nos sentimos timoratas, inseguras, miedosas, faltas de personalidad, tontas. Sé que el camino de la sumisión no es el correcto, no sólo por convicciones personales, sino porque va contra mis propios intereses amorosos. Pero no podemos hacer otra cosa, tememos la reacción, el enojo y hasta el abandono.
No queremos ir a esa fiesta. Lo sabemos absolutamente. Y sabemos que él preferiría a una mujer que manifestara sus deseos y no una nulidad que dice a todo que sí. Pero sobre la hora, nos empezamos a vestir calladitas la boca, para evitar el kilombo. Vamos a la fiesta con nuestra mejor cara, y hasta lo podemos llegar a pasar bien. Pero no era esto lo que queríamos, no era así. Y con las venas hirviendo imaginamos las verdades que le hubiéramos dicho en la cara: “Ni loca voy a lo de esos pelotudos a perder mi tiempo con una sonrisa imbécil toda la noche hasta que a vos se te ocurra decir ¿Vamos?. Conmigo no cuentes,” . Esto lo pensamos mientras nos sacamos el abrigo en la casa de esos pelotudos y sonreímos imbécilmente.
Hoy (y digo hoy porque en relación a los afectos cambiamos de opinión todos los días) Señorita Corazón cree que el mundo es de las caprichosas. Díganme, queridas amigas, que estoy equivocada. Por favor.