10.2.09

Los muchachos de antes no usaban gomina

Cuando observamos el sorprendente comportamiento masculino del siglo XXI no podemos evitar la referencia a cómo eran antes nuestros muchachos.
No hablamos de antes del período jurásico, ni antes de la era cristiana, sino de antes de ahora, en nuestra propia vida, a fines del siglo XX, cuando escuchábamos (errores de juventud) a Miguel Mateos cantando “Tiráááá, tirá para arriba, tirá….” , y ellos, que pícaros eran, sobrecantaban la canción con un viril “Tirááá, tirame la goma, tirá..”. Ese antes en el que las chicas que llevaban a la práctica dicho estribillo eran contadas con los dedos de una mano, unas pioneras y auténticas zarpadas. Ese antes en el que los chicos te sacaban a bailar. Ese antes en el que se transaba en los reservados, de los cuales emergíamos sudorosos y despeinados, para ir a derecho a casita con mamá y papá. Ese antes en el que no existía el after hour, ni el chat, ni los mensajitos de texto. Cuando el que te llamaba al otro día tenía que pasar por el riesgo de que te atiendan los viejos, poner la caripela y responder a ese inquisidor “¿De parte de quién?”. Y arriesgarse a ver como era la que la noche anterior parecía Kim Bassinger a la luz del día.
Cuando la música que escuchabas en tu casa o en el walkman era la misma que ponían en el boliche y los cassettes eran compilados con los “movidos” del lado A y los “lentos” del lado B. y “el doble casetera” era un golazo.
En este antes, los muchachos se empiezan (muuuuy de a poco) a ponerse más, digamos, andróginos: modelos como David Bowie, los Duran Duran, y otros mil, se peinan con esmero, se delinean los ojos, se pintan los labios. El pelo largo se pone años después de moda, y muchos se embellecen con los beneficios del “marco de la cara” que tan bien explotamos las mujeres. Pero todavía no se habla de gays, ni de tríos, ni de peteras (no digo que no existieran, digo que no se habla).
La cuestión es que en ese antes los hombres estaban calientes. Querían besarnos, meternos una mano furtiva y tocarnos una teta y con eso les bastaba, al menos hasta la próxima. Se bancaban dos horas de lentos durante los cuales, en el mejor de los casos, nos besaban, nos besaban, nos besaban. ¡Qué bueno que estaba besarse por el solo placer del beso, despacito, más fuerte, de costado, con mordidita, molinete, hilito de baba (puaj)!!!!
Los hombres antes apretaban.
Teníamos tiempo de grabarnos para siempre su perfume, su aliento, el olor de su champú. Podíamos reconocer cada botón de su camisa, su lengua, su espalda.
Teníamos tiempo para desearlos.
Ellos disfrutaban del juego de la conquista: insistían, argumentaban, querían convencernos. Se esmeraban y querían, por sobre todas las cosas, estar con una mina.
¿Qué pasó, muchachos, con todo ese entusiasmo?